It’s a match

Le ordené al camarero de turno una copa de vino. La que tenía sobre la mesa, la bebí mientras escuchaba a la chica que me motivaba a continuar en Tinder. Hoy, después de dos semanas, nos conocimos. Su cuerpo lo había visto por las fotos de su perfil; cabello corto hasta los hombros, el lado derecho de su cabeza rapado, perforaciones en sus labios. Su cuello me indica que ha tenido varias sesiones de tinta. Cubana, sensible ante la preparación errónea del mojito. 

Al ingresar al restaurante, elige la mesa que menos iluminación tiene. Su abrigo descansa sobre el espaldar de la silla. Siento que puede ser un fracaso el comenzar con un “cuéntame de ti”, es una frase que me deja la mente en blanco. Hay quienes buscan resaltar sus cualidades, sus defectos o finalizar cada frase con la pregunta ¿Sabes lo que te digo? Que en realidad a nadie le importa lo que dice, es por eso que se asiente con la cabeza indicando que hay certeza del comentario vacío que se mencionó segundos atrás, pero ¿Sabes lo que te digo? no es propio del léxico cubano. Comienza hablando sobre lo que suele hacer los domingos, puede resultar sencillo expresar lo que incomoda para evitar cuestionamientos, pero cada que modula me doy cuenta que no necesita filtros. Es una mujer con una belleza natural admirable. Recuerdo que una de las fotos que tiene en la aplicación, es una selfie. Está en una de las avenidas más concurridas de la ciudad posando frente al espejo XL de algún “garito”. La tomó mientras abrazaba con ternura un ramo de flores y por pie de foto “Es esta mi manera de sobrellevar la depresión un domingo”. Algunos se quejan de los lunes y cómo no hacerlo, después del Blue monday, que solo ocurre una vez en los 365 días del año, pero hay quienes lo vivimos cada inicio de semana y al llegar el miércoles, nos preparamos para ir de copas, visitar bares, discotecas y el domingo, quejarnos durante las 24 horas del séptimo día de la semana en el que todo pesa, todo duele, los recuerdos llegan como olas que golpean con su espuma y nos cubren para dejarnos sin fuerza, lejos de nuestra zona de confort, sin salida y a la espera de una bocanada fresca de aire. No quiero ser descortés, su conversación me agrada aunque la disfrutaría más si mi copa estuviera llena. Me levanto y le pido al bartender un poco más de vino. Avanzo medio metro y detallo las bombillas que adornan los marcos de las ventanas. La atmósfera del lugar invita a perderse del caos de la metrópolis. La alfombra de la mesa del centro en el que un grupo de amigas celebra el cumpleaños de la que podría ser mi madre, me recuerda a los tiempos en los que trabajé como camarera. El vino tinto es difícil de limpiar si no se tienen los implementos necesarios, debe ser recurrente o quizá para los dueños no es problema el hecho de tener colores claros a la espera de manchas en forma de mapa debajo de la suela de los zapatos de sus comensales. Todos tienen algo en particular en este sitio y es que están tan felices con sus copas llenas y la mía, a la espera.  De la impresora que tienen al lado de la pantalla en la barra, salen papeles indicando el orden de las preparaciones. Un minuto después, tengo mi copa llena. Me acerco a nuestra mesa y le susurro al oído
-¿Bailas?
Me responde con una sonrisa que ilumina mi noche. Bailamos un chachachá y mis dos pies izquierdos, respondieron al compás de sus movimientos. Termina la canción, desplazo su silla para que esté más cómoda y de nuevo su acento cubano invade el espacio. Detrás de ella, a dos mesas de distancia, una mujer me sonríe, usa su mano para desplazar su cabello detrás de su oreja y me mira fijamente ¿Ha sido un match en directo? Entre las fotos que he deslizado, su rostro no me es familiar. Caridad, la cubana, bebe lo poco que queda en su copa. Después de animarla a elegir otro trago porque no es domingo y la depresión está a cuatro días de diferencia, se gira para analizar con detalle la variedad de destilados ubicados en la estantería superior del bar, sus ojos se le iluminaron al encontrar entre todas las botellas de la barra, una de Tequila 8. Me toma del cuello de la camisa y me pide que la acompañe a tomar un poco de tequila. Su impulso me deja con ansias por descubrir en qué otros aspectos no es capaz de controlar sus  movimientos o quizá ella logre establecer algún límite. Tal vez solo me está probando, es lo que pensé. Ordené una botella de tequila 8, la misma que le recordaba su primera noche en Madrid, noche en la que después de dos botellas, conoció a quien es ahora su compañera de piso; una chica del Salvador. Cada que la visita su novio, lo deja esperando en el portal del edificio en el que viven, con el pretexto de “mi casero no me permite visitas«, pero en la sala la espera el hombre polaco que conoció horas antes en su trabajo. No la juzgo. La infelicidad conduce a otros caminos en los que nos podemos posar como una mariposa que después de un aleteo continuo, descansa. Esa sensación desconocida en rutas nunca antes conquistadas puede generar confusión y distorsión en la realidad. He conocido personas que a sus errores les llaman “amor de la vida” y sienten estar unidos por un hilo rojo ¿Qué será lo que tienen las personas medio vacías, carentes de amor, de atención, que los llamados “salvadores” se convierten en sus flotadores en medio del océano acompañados de un cardumen de tiburones, para ser espectadores de momentos en los que aquellos medio vacíos, se acercan al peligro por amar la aventura?

Una botella y sus pómulos tenían un color intenso, tan intenso que me acerqué para besarlos. Su mano en mi rostro me conduce a sentir sus labios tan suaves, tan delicados. Su lengua bordea mi labio inferior y mi braga se humedece al compás de sus movimientos. El sabor del tequila en su boca con notas a limón y sal, sus suaves manos acariciando mi rostro y mis manos en su cintura. De algo tengo certeza y es que no es una simple cena, esto me llevará a invitarla a mi casa, aunque con su comportamiento, probablemente sea ella quien tome la iniciativa y me lleve a la suya. Me pregunto si hoy su compañera de piso esté en el sofá celebrando con el polaco que la tiene loca o esté viendo alguna película que la plataforma le recomendó o esta vez no sea un polaco sino su jefe, a quien contadas veces en la semana invita a tomar una cerveza para después en sano juicio exigir un aumento y en caso de tener un no por respuesta, explicarle a quién acudiría para contarle de su aventura; su esposa y sus tres hijos se sorprenderán de lo lejos que ha llegado su padre, no solo con el cargo en el supermercado. La diversidad cultural lo vuelve loco, este año le corresponde al Salvador. Caridad toma mis manos y las lleva a sus senos, los acaricio y aunque me excita, envidio su firmeza. Me susurra al oído
-Te vienes a mi casa conmigo. Esto no ha comenzado.

La beso y pido la cuenta. Antes de abandonar el lugar, voy al baño para refrescar mi rostro. La decoración vintage de las puertas me incita a querer arrancar una de ellas y dejarla en mi piso, siempre he tenido la costumbre de llevarme recuerdos de los lugares en los que he disfrutado la vida y esta es una buena ocasión. La puerta que está a mi lado derecho se abre, sale una mujer sonriendo y con las manos en su pecho acomodando su sostén
-He notado como me mirabas, por eso te sonreí ¿Estás a gusto con tu chica?

Da dos pasos. La punta de su nariz, está a pocos milímetros de la mía. Abre su boca y su lengua le da la bienvenida a mis labios. Paulatinamente baja la cremallera de su camisa. El color negro de su bralette de encaje, me incita a romperlo y lo que esconden. -Repasó sus dientes con su lengua, acarició sus senos y mordió su labio inferior.

-Yo te puedo ayudar si lo necesitas.

Mi respiración agitada me llevó a tomarla del cabello. Tire con fuerza la puerta y una vez dentro, con el seguro puesto, quité su bralette. Besé cada poro de su pecho, mi lengua hacía espirales en sus pezones y de su boca salían gemidos. Sus traviesas manos en mis glúteos me empujaron contra ella, sintió un objeto extraño en cuanto mi monte estuvo en contacto con el suyo. Días atrás, antes de verme con Caridad, hablamos sobre las fantasías sexuales que teníamos por cumplir. Una de ellas y en la que coincidimos es tener una cita,  aprovechar el momento para llevar puesto un vibrador de doble cabeza y usarlo en cualquier momento. La propuesta inicial, era cumplir nuestra fantasía, que no es tan nuestra, más bien una fantasía individual, pero dada la situación hacerla realidad juntas. El problema de planificar tanto los planes, es que no siempre resulta como esperamos. Se sorprendió al tocarme y notar que había un objeto duro debajo de mis bragas. Metió su mano y sacó parte del juguete, la otra mitad estaba tocando mi útero. El espacio reducido me llevó al uso de la fuerza. Con mi brazo derecho cargaba su pierna izquierda y una vez en posición, me dispuse a insertar en su cavidad húmedas y caliente, el juguete que había comprado para usar con Caridad. Perdí la noción del tiempo.

La levanté y senté sobre la tapa del tanque del inodoro. Elevé sus piernas y las llevé a mis hombros para que descansaran. Sus ojos frente a los míos, su respingada nariz rozando la punta de la mía, sus suaves labios rozando los míos y el juguete entrando en su vagina. Lo empujé con fuerza. Clavó sus uñas en mi brazo. Sin encender el juguete entré y salí de ella sintiendo tanto placer, tan calor, tanta humedad, sintiendo que conquistaba un trozo de tierra que no me pertenecía, con herramientas ajenas a mi naturaleza, lejanas a mi realidad. Presioné el botón para encender el juguete y sus gemidos se convirtieron en la melodía más dulce e intensa de la noche en la que cumplí uno de mis deseos. El sudor acaricia mis mejillas hasta llegar a mi cuello. La beso, muerdo sus labios. Mis manos libres se ocupan de sus firmes y grandes tetas, las tomo con fuerza y con mis dedos, haciendo las veces de pinzas, estimulo sus pezones. Hala mi cabello, se retuerce entre mis brazos y de su sexo brota un chorro caliente que empapa mi abdomen. La intensidad de la vibración  me lleva a tener uno de los mejores orgasmos en un baño con una desconocida que me enseñó sus dientes y ahora, una de sus cualidades. La pantalla del móvil se ilumina. Caridad me llama, imagino que debe estar preocupada. Me incorporo, limpio el juguete y con un trozo de papel seco mi abdomen. El olor no lo puedo opacar, pienso en una excusa absurda que no me deje en evidencia. Subo las escaleras con prisa.
-Tardé un poco más porque se rebosó e intenté limpiarlo, pero me he empapado con el chorro de agua que salió. Así. De repente. No esperaba algo así.
-Esto tiene solución. Una ducha en compañía ¿Aceptas?
Aquella mujer pasó detrás de Caridad. Me sonrió nuevamente y por respeto, le regresé la sonrisa.
-Tenemos algo pendiente. Pido el Uber y nos vamos.

Un día cualquiera

Antes de regresar a su habitación, camina hasta el comedor y elige el trozo más grande de pan con semillas que había comprado en el supermercado el día anterior. Con la cuchara llena de mantequilla, el color café del trozo que se lleva a la boca se va ocultando dejando a la vista una capa de grasa que cubre las semillas. Toma la tapa de plástico de la mermelada para cerrarla y al hacer presión con la palma de su mano izquierda, se dibuja una línea que separa los pliegues de su piel. Un frío recorre sus piernas, su espalda, sus brazos, mientras el color rojo intenso de su sangre conquista su muñeca. No hay un ser con vida alrededor que lo auxilie, pero no es algo que necesite. En su cafetera, el filtro aún conserva los restos molidos del café de origen que su compañera bebió antes de salir de casa. Aplica una capa gruesa en su cortada para evitar dejar gotas de sangre en el piso. Como parte de la rutina, Irene olvidó limpiar los restos de comida que dejó a una altura que su perro lograría alcanzar. No contó con suerte esta vez, el despertador sonó, pero confundió el sonido con la melodía de la canción que escuchaba en su sueño. Su lógica no siempre coincidía con la de los demás. Su familia no comprendía qué ocurría con ella, siempre habían estado tan dispuestos a darle todo lo que necesitaba, pero su coeficiente intelectual arrojaba una puntuación anormal dentro del promedio considerado como “normal”. Ernesto, agradece no haberla visto en la mañana mientras sirve en la taza de café que pidió por Amazon, solo porque sentía que el mensaje impreso estaba hecho para él «and here we fucking go again. I mean good morning», la edición especial de Dewar´s que le regalaron en su trabajo. No podía dejar pasar una discusión más, tratar de mantener la “buena relación” y no verse en la obligación de resaltar los defectos del individuo que ha tenido por pareja durante los últimos 18 meses, lo estaba volviendo loco. Contempla su horizonte, pero solo tiene dos opciones; continuar limpiando como lo hace todos los días en el bar que tiene por oficina o ahorrar su energía para mantener la calma. Respira profundo y avanza hacia el sillón, enciende la televisión en busca de una serie interesante que le ayude a justificar su desorden en un día libre de comensales que solo aturden con sus peticiones, alergias, quejas o historias que revelan el peso de la desdicha que cargan en sus espaldas. Esta vez, no estaba dispuesto a limpiar el desastre de la semana de Irene. La plataforma de streaming le sugiere “Curry y cianuro: El caso Jolly Joseph” un documental que expone la historia de una mujer de la India que envenenó a su familia, pero no quería ideas para poner en práctica con Irene. Su mano continuaba sangrando, así que derramó un poco del destilado que bebía y con el café tiño el color beige del sofá que había comprado a cuotas y que aún no había logrado saldar. Sin resultado alguno, se levantó y buscó las bombas de sal que por culpa de la explotación laboral que lo dejaba sin descanso, no había disfrutado. Una de ellas, con esencia a jazmín y la otra, con CBD y eucalipto. Según la vendedora de la tienda, conseguiría uno de los mejores baños que ha tenido en toda su vida. Con el cuarto de baño libre de cabellos de mujer, se dispuso a llenar la bañera, cuando el agua estuvo a 45ºC entró y el frío que conservaba en su cuerpo lo abandonó. Quitó el empaque de seguridad de la bomba de sal con CBD y encendió uno de los cigarros de marihuana que solo tenía para ocasiones especiales, pero el compartir tiempo consigo mismo era el momento más especial que apreciaba, hasta el punto de molestarse por coincidir el mismo día de descanso con Irene. La relación tenía tantos altibajos, que ahora no dejaba de escuchar Un osito de peluche de Taiwan. El agua cubría sus hombros, sus pies los encogía para evitar dejar zonas de su cuerpo al descubierto. Dos, tres caladas y su pecho le pedía que liberara el humo que ahora cubría todos los rincones de sus pulmones. Después de varios minutos, recordó que no estaba escuchando música y necesitaba armonizar el espacio. Se levantó en busca de su móvil, buscó la última playlist que había escuchado en la mañana anterior cuando hacía la compra y le dio “play”. Regresó a la bañera y de nuevo, sus hombros estaban cubiertos. Una calada más. Dos, tres. Tosió como si estuviera a punto de perder la cordura, con tanto miedo de no regresar al punto en el que estaba y olvidar lo que estaba a punto de hacer. Cierra sus ojos y respira. Paso todo el día pensando en vos ¿Qué hay de malo en todo esto? Paso todo el día pensando en vos. Vos pensás que pierdo el tiempo. El mató a un policía motorizado, es una de las bandas que más suena en el bar, aunque su jefe las canciones asturianas sea lo que lo motive a comenzar el día. A su alrededor, resaltaba el color verde y el color rosado ¿Qué sucedía? ¿Estaba condicionado a tomar la misma decisión a la hora de comprar algún jabón de color verde o rosa para que combinara con los demás artículos que adornaban el cuarto de baño? Las toallas de mano, verdes. La toalla de Irene, rosa. El tapete para los pies, verde. El jabón para el rostro, rosado. El shampoo de canela y naranja, verde. Las cuchillas de afeitar, rosa. No hubo acuerdo con Irene sobre la cantidad de artículos y el color de cada uno. Incluso, las toallitas húmedas que usaban para evitar comprar el papel higiénico, tenían un color verde intenso en el empaque. Nunca le había preguntado a Irene si de pequeña veía la serie animada “Los padrinos mágicos” y fue tanto el gusto que se ve reflejado ahora en su vida adulta o quizá no tenga nada que ver con los dibujos animados que veían, quizá solo sea el efecto de una buena publicidad que nos somete a la hora de tomar decisiones programadas, pero que en el momento los nervios pueden jugar y después cuando se está en calma desempacando la compra para más tarde revisar el ticket, replantearnos ¿Qué tanto criterio se tiene al elegir entre el aceite de oliva que más anuncios tiene o el que es más económico pero no es tan conocido? ¿Es una cuestión económica la que afecta la elección de artículos y con ellos el color de los mismos?
La bomba de sal se deshacía paulatinamente y con los residuos que dejaba a cada extremo de su cuerpo, intentaba exfoliar su piel. Por el color verde que lo cubría, se preguntaba cómo se sentiría un pulpo al existir en medio de un clima tropical con 300 ventosas en cada uno de sus 8 tentáculos, pero al mismo tiempo recordaba el pulpo que había disfrutado sobre una cama de puré de patata que Irene le había preparado para su cumpleaños. No quería ser un animal que según su tamaño cazan para más tarde festejar una fecha tan molesta como su aniversario. El estar bajo los efectos de la marihuana, que si bien le ayudaba a alejarse por un momento de su realidad y disfrutar el sabor de la tableta de chocolate M&M`s de cacahuate, también le generaba sensaciones confusas y distorsionadas que no tenían que ver con su vida. Influye el estado de ánimo de la persona, pero al estar en reposo, sentía que su mano derecha se mantenía en posición dorsal en dirección a su rostro, cuando en realidad tenía la palma de la misma contra la superficie. El escuchar a sus vecinos discutir e imaginar una historia distinta sobre el por qué de la discusión. Oír los pasos de las personas que estaban en otros pisos y preguntarse si habían tenido un buen día, si llegaban o salían, si sería su último día de trabajo o el primero, si estaban enamorados o si habían descubierto una infidelidad y es que por el sonido que genera el cuerpo al descargar el peso contra el suelo para dar un paso, se puede deducir si la persona tiene prisa porque sus pasos son acelerados, pero si está cansada, le cuesta avanzar y por ende arrastra sus pies hasta llegar a su destino. Si la persona está molesta, descarga todo su peso, pisa fuerte y su marcha la acompaña de gritos con los que busca liberarse, hay quienes usan palabras ofensivas para desintoxicar su ser o a quienes el rostro les cambia de color, pero ¿Cómo saber qué tipo de catástrofe, de acierto o de suceso le ocurrió según el sonido que genera al caminar? Cada que fuma imagina su vida sin uno de sus sentidos ¿Cómo podría reaccionar frente a la pérdida de la visión si hubiese pisado la mitad del sándwich que Irene no se comió antes de salir de casa y por descuido dejó en la entrada de la cocina? Dicen que los sentidos se agudizan bajo los efectos de drogas psicoactivas y lo confirmó el miércoles pasado cuando fumó con Irene. Dos, tres, cuatro caladas cada uno. Ernesto siente que su garganta se quema y que el agua podría calmar la sensación que no es capaz de explicar. Irene, a un lado de la cama, tiene los párpados hinchados. En sus manos, el control remoto le ayuda a comprender que estando en una misma realidad, puede experimentar el ser parte de un multiverso en el que un simio aplaude en su cabeza, pero es ella quien le indica cómo aplaudir. Busca una de sus bandas favoritas, aunque sin mucho esfuerzo. No es necesario buscar el historial en YouTube para saber que en el inicio están las canciones más escuchadas. Ernesto, aún de pie, sin querer bajar la persiana, la observa y solo piensa en besar sus carnosos labios, su tersa piel, sus pecas producidas por el sol, sus delicadas manos que dan por sentado otro tipo de esfuerzos que no generan callos o resequedad en los dedos. El olor de su cabello lo hace sentir tan tranquilo, que decide bajar un poco la persiana y ocupar su espacio de la cama. Se le acerca y le besa la mejilla, la punta de su nariz entra en contacto con su cabello y se pierde en el olor a canela con naranja del shampoo que Irene eligió el día de la compra. Irene lo mira y él, avergonzado por su acción, espera una reacción distinta, pero Irene le sonríe y le pide que se acomoden en la cama. Irene deja caer su cabeza en el pecho de aquel ser que haría todo lo que esté a su alcance, y lo que no, solo para que en las noches continúe haciendo lo mismo que segundos atrás le confirmó a Ernesto que no estuvo mal buscar su cuello. Debajo de las mantas, la palma de Irene recorre el torso ajeno. Got the music in you, baby tell me why, got the music in you baby tell me why. You’ve been locked in here forever and you just can’t say goodbye. Suena el citófono, pero el agua aún conserva su temperatura y no es el momento adecuado para salir de la atmósfera que tanto costó crear. Mira su palma izquierda, alrededor de su herida la piel está roja, pero el dolor es soportable ¿Cómo alguien puede cortar la palma de su mano con la tapa de una mermelada? Aunque no hay preguntas absurdas a la hora de tener precaución y evitar accidentes. Debería apuntar las preguntas que surgen al percibir un olor; la vecina del piso de arriba está cocinando con cardamomo negro, lo deduce por su fuerte olor ahumado en comparación al cardamomo verde ¿Cocinará para sus hijos o solo para su esposo y para ella? Hace una semana no los ve salir a tirar la basura en el cubo. Recuerda el día que le ayudó a Paloma, la joven del piso contiguo al suyo que solía salir a caminar en las tardes por el parque con Galleta, un perro de agua dulce con 10 años reflejados en su pelaje. Tenía tanta fuerza que la tumbó y su brazo izquierdo se fracturó. Desde ese día Ernesto antes de consentir a un peludo, busca una superficie de la cual sostenerse y así evitar ser la siguiente víctima de la euforia que un ser de 4 patas lleva consigo y no es descabellado, su descuido al cerrar una mermelada le confirma lo distraído que puede ser.

Sin destino

El niño, al que se le ha derramado el helado en el pavimento y ha conseguido manchar su ropa, va en busca de su madre para enseñarle lo que le sucedió en una tarde de verano.
La esposa que ha perdido a su cónyuge, va en busca de sus hijos para refugiarse en ellos.
El empleado que quiere un ascenso, va en busca de la aprobación de su superior.
El soñador que no cree en las utopías, va en busca de materializar sus sueños.
El que ha errado, va en busca de enmendar sus falencias.
El curioso, va en busca de la verdad.
Pero ¿A dónde va uno cuando no quiere estar en ninguna parte?

128 días

Cuatro paredes oscuras son las que me cubren, en una de ellas una ventana que no me animo a abrir. El miedo y la ansiedad se han convertido en mis amigos a la hora de explorar los colores que tiene la vida, que tiene el mundo y la realidad del presente que se me escapa en cada suspiro. Las ganas de entrar en contacto con lo externo se disipan con el pasado que arrastro en la suela de mis zapatos, con el peso que cargo en mi espalda de los errores que cometí y evito volver a cometer ¿Qué hay ahí afuera detrás de mi ventana? Desde el cristal solo puedo ver un cielo azul con zonas cubiertas por nubes que no alertan sobre tormentas, un sol abrasador que inspira disfrutar del buen tiempo en cualquier lugar de la ciudad, menos en un cuarto en el que el aire circula en la misma dirección.
Mi sombra no la puedo ver, está asfixiada por el humo del tabaco que contamina mis pulmones a falta del olor de tu fragancia que me acompañaba en las noches. Me deterioro con el paso de los días, me aferro a los recuerdos de una vida a tu lado que me quedó luego de una despedida forzada y aunque llevo 128 días sin ti, aún no llevo ni la cuarta parte de las 500 noches que Sabina menciona. No he buscado otros labios, otros brazos que me abriguen en las mañanas y mucho menos alguien con quien compartir el lado frío de mi cama ¿Dónde estás? Gritaría tu nombre al abrir la ventana, pero no me escucharías.
Me refugio en cada esquina oscura de esta habitación en la que tú sigues siendo la protagonista de un cuento que nunca termina, pero tu cuento hace mucho tiempo llegó a su fin. Comprendo que no eres de pasar página, sino de romper la hoja, de romper los huesos, las ilusiones compartidas y dejar heridas que no cicatrizan.

Tarde de mayo

He perdido la cuenta de las horas que llevo leyendo para ti, para mí, para los dos. No sé si tienes presente la parte en la que el protagonista siente que ha encontrado a la única mujer que lo ha podido comprender ¿Lo recuerdas? Prefiero no interrumpir la lectura y continuar aunque para ser honesto, me he perdido. Siento el peso de mis brazos; el derecho sobre el respaldo de la silla en la que estoy sentado y el izquierdo sobre la mesa que comparto contigo. Mis manos, lejos de las tuyas, custodian las hojas que te leo.
En la mesa, un jarrón con flores, un plato con tres manzanas; dos de ellas sin cortar y de la tercera solo queda la mitad, un libro expuesto, y tus brazos sobre un decálogo de poemas que tu abuelo te regaló de pequeña para que nunca pierdas de vista tu posición en el mundo. Ocupas menos de la mitad de la silla en la que finges estar sentada ¿Qué sucede? ¿Al igual que yo extrañas tomar mis manos?
Llevas puesto el vestido que te compré, desde que lo observé supe que estaba hecho a tu medida, al igual que tus labios cuando nos encontramos en el centro de la ciudad y van en busca de los míos, que aunque no se comparan con la delicadeza de los tuyos, están hechos a la medida perfecta para comenzar un incendio sin importar el lugar en el que nos encontramos.
Siento el olor a tranquilidad cuando estoy a tu lado, quizá no soy ajeno al protagonista. Mi gusto por los detalles es insaciable y el descubrir que hay un semejante que también comprende el mismo lenguaje, me siento en un laberinto sin salida, pero con la certeza de una luz al final del mismo ¿Recuerdas la parte en la que el pintor con su obra “Maternidad” nota que una muchacha mira fijamente la particularidad que tiene su cuadro? Y es que soy el cuadro, soy todos esos colores que puedes imaginar, pero no todos son cálidos, también tengo mis demonios y en días nublados intentan opacar mi brillo, pero no siempre lo consiguen, en tu caso no debería importar; con tu brillo el universo no tiene de qué preocuparse, las farolas que iluminan las calles bajan su intensidad cuando te ven modelar, los pájaros potencian su canto y mi vida cobra sentido.
Eres tú. Vibras con una intensidad única. Para que comprendas un poco el cómo me siento estando contigo en una terraza de cualquier café de la ciudad, rodeados de buganvilias en una tarde de mayo, soy esa mujer solitaria coloreada por un inmortal, aquella que se deleita con la danza de las olas en una playa desierta y no cualquiera puede verme, solo aquel que se fija a través de una pequeña ventana creada por el pintor.
No me tomes por loco si te digo que todo lo que no está escrito, me lo inventaré para sorprenderte y como premio tener tu sonrisa. Ahora no sé si continuar con la lectura o si solo cerrar el libro, si ir en busca de tus labios para plantarme en ellos y comenzar un nuevo capítulo con una historia distinta, una tuya y mía, en la que entras por la ventana, me abrazas y mis temores se transforman.

Húmeda complicidad

Abro los ojos y es ella mi primer pensamiento. En la ducha, mientras el agua cae en mis senos, no dejo de recordar lo cerca que han estado mis manos de sus caderas. Mis dedos rozan mis pezones erectos al recordar la vez que estuve en la entrada de su ducha y me deleitaba con sus curvas opacadas por el vapor del agua caliente. Tuve la oportunidad de desnudarme, de besar su espalda, tocar sus piernas, pero no lo conseguí. Sabía que ella me ponía a prueba, y no tenía la suficiente confianza para aventurarme a explorar el cuerpo de la mujer con la que había soñado durante tantos meses.
Quedamos en pasar la tarde juntas. Me armo de valor y le miento una vez más a mi abuelo, no me hace bien, pero él no entiende el mar de emociones que me genera el estar en continuo descubrimiento de mi felicidad. No entiende el simple hecho, que no es tan simple, de ser mujer y querer comerme el mundo solo con acariciar una mano tan delicada como la de la mujer que no logro sacar de mi mente, a la que toco con mis yemas su barbilla para acercar sus labios a los míos. 

A unos cuantos pasos de su puerta, suspiro. Me detengo un momento para cuestionarme ¿Qué podría suceder hoy? No quiero hacerle honor a mi edad, así que me dispongo a tocar su puerta. Ahí está, con una sonrisa en el rostro que ilumina mi día. Me recibe con un beso. 

-¿Has tenido problemas en casa para salir? -Pregunta con tono de preocupación.-

-No, le dije a mi abuelo que iría al gimnasio.

Ella se ríe. No entiendo por qué lo hace. Seguro que el hecho de mentir no acarrea nada bueno, siempre la verdad sale a la luz, o quizá porque incluso es más desgastante todo este ejercicio mental en comparación con la visita al gimnasio. 

-He pensado mucho en ti. Desde que desperté lo hice. Fuiste mi primer pensamiento. 

-Quería dejar todo preparado para cuando llegaras y así pasar más tiempo contigo ¿Te quieres acostar un rato? -Asentí con la cabeza. Me toma de la mano, me guía por el pasillo hasta su habitación. Estoy tan nerviosa, pero me siento dispuesta a vivir este momento, no quiero perder la oportunidad.-

Un vestido ceñido, cubre su cuerpo. Su figura, a un costado de la cama, me impide alejar la vista sin importar que esté moviendo sus pies ¿Cómo es posible que mi cuerpo se encuentre petrificado? Recuerdo el motivo de mi mentira y me lanzo a besarla. Sus besos son tan cálidos que no quiero que se detenga. Humedece mis labios con el roce de su lengua. Quiero besarla cada vez más. Paso mi mano derecha por su cuello, desplazo su cabello detrás de su oreja y la observo durante pocos segundos. Toma mi mano y me hace recorrer su pecho, sus pequeñas tetas que me enloquecen.
Toco su cadera y me pego a su cuerpo. La primera mujer en mi vida y mi primera experiencia con ella. No tengo necesidad de preguntarme si es la correcta porque no es una duda, en realidad siento que es el momento correcto, la hora correcta, con el tiempo correcto y los labios más delicados que nunca antes he probado. Levanto su vestido y se lo quito. Abro sus piernas, me posiciono sobre ella y beso su cuello, escucho un gemido y mis bragas se humedecen. Voy bajando con mi lengua hacia sus tetas, las tomo con fuerza y chupo sus pezones. Paseo con mi lengua en sus tetas, las paso por mi rostro con reverencia. Recorro sus costillas, su abdomen. Me detengo, su ombligo está a la altura de mis labios. Dejo dos besos y disfruto cómo se retuerce mientras con mi boca voy recorriendo a la culpable de que mis bragas se mojen. Mi respiración se acelera. Muerdo el hilo que cubre su vagina, lo quito con mis dientes y lo escupo en el aire. Mis dedos acarician su pelvis y mi boca, su monte. Beso su monte, su entrepierna. Su olor me excita, me conduce a saciar las ganas de devorarla, esas mismas ganas que sentía cuando era pequeña y me daban una sandía gigante, me la comía a bocados mientras su jugo me llenaba el cuello, la ropa, las manos, la boca.
Saludo sus labios con mi lengua. No dejo de escuchar sus gemidos, me tiene tan mojada que solo quiero sentarme en su boca para que sienta el calor que me invade después de lamer sus labios inferiores. Introduzco su clítoris en mi boca, paso mis manos por sus nalgas y tomo con fuerza su pelvis. Ella se mueve en círculos y yo, le sigo el ritmo. Lamo su vagina como a quien se le descongela una bola de helado en un cono de galleta y evita que gotee. Chupo sus labios, paso su vagina por mi cara como parte de la ceremonia que celebramos. Hunde mi rostro en su vagina y yo, continúo deleitándome. Mis dedos, suben por su abdomen en busca de su boca, después de conseguirla, meto dos de mis dedos que succiona con tanto placer que mi clítoris también reacciona y ahora está más hinchado que de costumbre. Una vez húmedos mis dedos, los inserto en su vagina. Sus pezones continúan erectos, toca sus tetas y me sorprende el tono de sus gemidos. Voy en busca de su boca para besarla, me sonríe y le susurro

-Estás muy mojada. -Muerde sus labios-

-Quiero venirme en tu boca, quiero que te la tragues toda.

Tomo con fuerza su cintura, me doy la vuelta y la tengo encima de mis piernas. Su vagina está tan húmeda que sus fluidos se unen con los míos. Mi clítoris pregunta por el suyo y ella, al ver su tamaño, roza su clítoris con el mío.

-¿Te gusta? -Me gime con tono excitado.-

-Me encanta ¿Sientes lo mojada que me tienes?

Le doy dos nalgadas. Me tiene muy excitada, solo quiero seguir sintiendo el roce de su vagina con la mía.

-¿Puedo chorrear tu vagina? Me pregunta mientras se toca las tetas y se mueve de un lado a otro.

Me incorporo y tomo sus caderas con fuerza. Chupo sus pezones y deja caer su rostro en mi hombro derecho, le susurro al oído
-Te voy a mojar toda la “cuquita” ¿Quieres que te la llene? Pídeme que
te la llene.

Sus gemidos, mi debilidad. Cada que gime siento que voy a explotar de placer. 

Me rodea con sus brazos y deja al descubierto su cuello, lo acaricio con mi lengua y abrazo su cintura, la pego más contra mi clítoris y ella no para de gemir.

-¿Te gusta sentirlo? -Ella, no deja de moverse. Pasa sus manos por su cabello y continúa gimiendo de placer.-

-¡Me vas a hacer venir! -Me dice, mientras se me escapa un gemido y no controlo tener la boca abierta.-

Gime cada vez con más intensidad, no dejo de sentir lo caliente que me tiene, que ella está. Sus piernas le tiemblan. Paso mis manos por sus piernas y las tomo con fuerza. Se estremece. Encoge sus hombros y sus tetas, sus pequeñas tetas, están dispuestas a ser chupadas una vez más por mi boca.

-Lo tienes muy grande, métemelo así.

Mis dientes muerden con ternura sus pezones y mi lengua los rodea.

Se acerca a mi oído y gime, le doy una vez más una nalgada. Se le corta la respiración.

-Ay mi amor, te estoy mojando toda. 

Una gota de sudor baja por mi rostro. Me abraza, sus tetas rozan mis pezones. Con mis piernas levanto las suyas y acaricio con suavidad su ano. Responde con un gemido, por lo que decido insertar en su vagina tres dedos.

-Muévelos con fuerza. -Me ordena, mientras acerca su seno izquierdo a mi boca.-

Pero lo que menos quiero es lastimarla, voy subiendo la intensidad de a poco. Su vagina está empapada, perfecta para tener sus jugos en mi boca. La controlo con mi mano, sus piernas siguen temblando. Muerdo sus tetas y sus ojos se humedecen. Suelta un gemido épico, saca su soprano. Pierdo la noción del tiempo. De su vagina emana un chorro que termina bañando las sábanas, mis piernas, mi monte.
Cae en mis brazos con una sonrisa de satisfacción, un suspiro, dos suspiros. Beso su frente y acaricio su espalda. Sigue temblando de placer. 

Un comercial en la televisión me hizo reaccionar. Ya llevo más de tres horas fuera de casa, en el gimnasio, según la versión que di antes de salir. Solo pienso en seguir disfrutando su compañía, pero no tengo la libertad de aquella mujer, con quien soñé durante tantos meses. Consiento su mejilla y me dispongo a enfrentar mi realidad. Debo regresar a casa antes de que mi abuelo sospeche.

Intento fallido

Eran las 6.30 de la mañana y mis amigos se levantaron del sofá. Mis ojos se cerraban de a poco. A mi lado derecho, una mujer con figura atractiva jugaba con mi mano, acariciaba mis dedos. El momento perfecto para aventurarme y besarla, pero no lo conseguía. Recordé cuando tenía 15 años. En el horizonte, el mar con un derroche de frescura me trasmitía tranquilidad al ritmo de sus olas y yo, en un risco, dispuesta a interrumpirlo. Inhale con fuerza, di tres pasos hacia atrás, me aproximé y salté. Hoy, no quería saltar, no quería arriesgarme, por eso preferí observar la televisión.

La última vez que lo hice con una chica que tenía las mismas características, viví una intensidad absurda que me llevó al sofá en el que estoy. Un sofá con suficiente espacio para ser ocupado por la persona que no logro sacar de mi mente. Sin importar la hora y sin importar que la chica que está a mi lado, con la cantidad de mapas que lleva en su cuerpo, me recuerde lo mucho que disfrutas tatuar tu piel.

-Ay, ya entendí. -Con tono burlesco, se lanza y se acerca a mis labios-
-Sí, creo que fue muy evidente. No tomaría la iniciativa.


La beso y al cerrar mis ojos, solo deseo que al abrirlos seas tú quien esté en frente de mí. Llevo mi mano a su abdomen y recorro su pecho. Toco sus senos, sus pequeños pezones quiero llevarlos a mi boca para establecer una guerra entre sus piercings y mi lengua. Me acaricia el cuello, mete su lengua en mi boca. Desplazo mi mano por su espalda, tomo con fuerza sus nalgas y ella, me araña la espalda. Me excito, pero solo pienso en ti. Estoy con una mujer que tiene el perfil perfecto para concertar durante algunas semanas sesiones con el psiquiatra, pero tú, mi amor, sé que el hecho de convivir contigo durante tantos meses, me conduce a vivir toda la vida con el recuerdo de tu figura a las 6.30 de la mañana, en un costado de la cama.

No quiero besos de una noche, quiero los tuyos cada que mis labios busquen un refugio para posarse y danzar mientras tu lengua los cobija. Si me preguntas qué hacía en el sofá, la respuesta es más compleja de lo que imaginas, pero trataré de resumir todo en un «solo intento de olvidarte en otros labios, otras manos, con otras caricias» ¿Para qué me engaño? Tienes la medida perfecta para mí. Disfrutaba abrazarte cuando estábamos tumbadas en la cama, llenarte el hombro de besos y dormir refugiada en tu espalda, en tu vientre, en tus piernas. Eres mi refugio y mi caos. Mi parte favorita del día, cuando tengo flashbacks de las veces que me sonreías y te veías tan feliz. 

Me levanto y huyo de su inquieta lengua, de sus labios, de sus pequeños pezones erectos, de sus uñas, de mis amigos. Huyo de mi realidad. Huyo del intento por olvidarte porque no quiero, me niego, no lo necesito. Me quedo con tus recuerdos que aún duelen, con tu voz que retumba en mi cabeza como una canción pegajosa que en cada bar se repite, en cada anuncio te encuentra, en cada esquina te persigue. Una noche más sin dormir, desvelándome con lo que fuimos y no pudimos ser, con fechas por celebrar, lugares por conocer. Hoy, solo es un día más en el que mi intento fallido me obliga a abandonar un sofá. Probar otros labios no es lo que necesito, acariciar otro cuerpo no es lo que quiero ¿Dónde estás? 

Melancolía

-¿Qué ha pasado? Mi mejor amiga, me pregunta con una mirada intranquila. No soy capaz de modular, la abrazo y suelto un suspiro.
-Se ha ido. No me dejó llevarla al aeropuerto.

Lágrimas escaparon de mis ojos queriendo encontrarla, queriendo un consuelo ante una ansiedad incontrolable. ¿Cómo es posible que la persona que tanto quieres un día se marche sin más? Uno de los problemas de idealizar, es que nadie es tan responsable como uno mismo. Recuerdo que cuando se acercaba la hora de dormir, me obligaba a mantener mis ojos abiertos. No quería perderme la oportunidad de contemplarla a mi lado, de rodearla con mis brazos. Quería dejar caer mi cabeza cerquita de su pecho. Me aseguraba de que no estaba loca. Mis latidos, no eran los únicos que se aceleraban ante un ritual como el que vivía cada noche, en la misma cama en la que la mujer con quien incluso soñaba, al cerrar mis ojos, también presenciaba.

Mi lado siempre fue el derecho, a un paso de la ventana para abrirla cada que lo pidiera. Mi brazo izquierdo, su almohada. Me apoyaba en su espalda para llenarla de besos y así, quedarme con el olor de su cabello y de su piel durante todo el día. ¿Qué más le podía pedir a la vida? Lo único que anhelaba era ver su sonrisa, esa que me iluminaba incluso en los días más grises, pero después de algunos descuidos, no me sonreía igual. Cada que abría su boca, salían trozos de cristal. Algunos de ellos, más grandes que otros y terminaban alojándose en lo más profundo de mi ser. Qué manía suya, esa de tener el poder de destruir o de sembrar un jardín, en mí lo hizo. Las escasas flores que crecieron se fueron pudriendo de a poco y aún no consigo arrancarlas. 

Hoy, el día está para recorrer las calles de la ciudad. Sin importar las avenidas desconocidas que conquisten mis pies, si es ella quien toma mi mano no hay nada malo que pueda suceder, pero no está. Se marchó un enero y desde aquel día nada volvió a ser igual. Ahora es el frío quien me acompaña en cada paso que doy.

El sol calienta y el tiempo está perfecto para broncear sus hombros. Trato de descifrar el por qué todo me recuerda su ausencia, o si soy yo quien arrastra en la zuela de los zapatos ese pasado que no tiene cabida en mi presente. Cada recuerdo suyo me deja sin aliento. Me hundo en las noches queriendo abarcar toda la cama, pero es imposible. Conservo entre mi pecho y cuello astillas del vidrio que no he logrado quitar.

Me pregunto, ¿en un día como este qué le apetecería comer? La llevaría a algún sitio con sabores de su tierra, esos con los que evocaba los tiempos en los que fue feliz compartiendo con sus seres queridos.¿Me extraña? ¿Algún sabor de un plato cualquiera hace que ella me retenga en su mente? ¿Será que solo existí por tiempo límite en su vida?

En mi caso no es un sabor, es la vida misma. Me gustaría verla en un día como hoy. Hace varias semanas visité un bar en compañía de nuevos amigos y a mi lado izquierdo, su lado, un sillón vacío. El cóctel que elegí me gustó, estaba balanceado y sé que le hubiese gustado, aunque no sería de tus favoritos.

Es tan ajena que me molesta. Una mezcla rara y absurda. Muy dulce cuando no debe, cuando solo busca algo a cambio sin importar los medios. Tener el mundo a su favor siempre le ha funcionado. Conozco algunos de sus secretos ¿Por qué disfruta tanto manipular?, ¿se siente plena y satisfecha cuando lo hace? Soy consciente de ese juego, aunque me envuelva y con suerte pueda salir ilesa. 

Un salto al olvido

¿A dónde van los sentimientos que se le tienen a una persona cuando ésta debe partir sin previo aviso? ¿En dónde se pueden guardar? ¿Existirá un baúl que contenga sentimientos estrenados, emociones consumidas por la mitad y otras tantas por sentir?

Suena el despertador y Joaquín se encuentra en medio de una habitación, de paredes de color almendra, que debido a la humedad su tono se ha ido deteriorando. Mira la mesa de noche en busca del portaretrato que contiene la fotografía de Regina, su amada, y deja escapar un suspiro. Se levanta y se dirige al baño, se moja las manos y las pasa por su rostro mientras se queda detallando sus ojos en el espejo. Mira el tamaño de los inquilinos canosos que conforman su barba, repite con tristeza el nombre de aquella mujer que tanto ha amado durante los últimos 30 años de su vida, va a la cocina en busca de café para acompañar el mismo periódico que ha leído desde hace tres semanas atrás.

Va hasta la página 10 para centrarse en el artículo sobre Cómo enamorar a una mujer. Levanta la taza de café y toma un sorbo, lo retiene como si intentara descifrar qué compuestos tiene. Traga con delicadeza y suelta una lagrima por su ojo derecho, tira las hojas sueltas, se viste con las primeras prendas que encuentra, toma el bastón gastado de madera que su amada le dejó y sale a caminar con la esperanza de hallar a Regina, de entregarle los abrazos que tiene embargados, de robarle una sonrisa que adorne ese rostro pálido y cansado, ése que lo hizo enamorarse de ella.

Camina varias cuadras hacia el occidente. Las calles las nota más anchas, más largas, más complejas para transitar. Se detiene en una esquina y saca de su mochila un bolígrafo y un trozo de papel en el que escribe una nota apoyándose en su rodilla. La guarda en el bolsillo de su camisa para entregarla a aquella mujer cruel que lo ha dejado, que se ha ido, que ha acabado con un mundo de fantasía construido en su interior sin una razón -para él- coherente.

Saca su móvil y se da cuenta de que ha desgastado la suela de sus zapatos durante cuatro horas. Levanta la mirada, esa mirada triste, agobiada, ausente, con la que ha cargado desde la partida de Regina, y se da cuenta de que está en la estación Suramericana. Compra una cerveza y bebe un poco, se dirige a la señora que lo atiende.

-Si no tiene del cigarrillo que mi amada consumía, no me de nada. -Le dice- -Señor, sólo tengo PielRoja. -¡Usted sí sabe! No hay inconveniente si lo enciende, aunque si ella se entera tendríamos tanto usted como yo muchos problemas.

Toma el cigarrillo, se lo lleva a la boca y exhala el humo por la nariz. Sus zapatos están a punto de romperse, a su pantalón no le cabe un pegote más de lo sucio que está, su camisa parece un viejo mantel de cuadros recortado por un niño de primaria. Sus ojos separados a una distancia poco considerable van botando recuerdos transparentes que corren por sus arrugas, por sus flacos y peludos cachetes, por sus grandes poros.

Lo miro desde lejos. Camina de un lado para otro como si estuviera repasando las huellas hechas por alguien más, o por el mismo. Al parecer se sabe de memoria las medidas de las baldosas, da un paso, da dos, da tres y se detiene, bebe un poco de cerveza, sigue caminando y se recuesta en una pared. Introduce su mano en el bolsillo trasero y saca una fotografía arrugada, tipo documento, la repasa con su pulgar izquierdo y la besa, mira al cielo y repite: -”Regina ¿algún día vas a entender cuánto te amo? Regina, Regina, Regina, te extraño Regina”.

Siento ganas de acercarme y preguntarle qué le sucede, qué puedo hacer por él. Pero a la vez me digo: No puedo traer a Regina, si ella no está es porque él hizo que ella se alejara. Me ocupo de mis asuntos y prefiero no ver lo que hace por miedo a que se sienta incómodo, pero se me torna imposible. Tomo mi bolso, me le acerco y lo saludo. -Hola ¿necesita algo? -Sonríe y dentro de mí presiento su respuesta- -Necesito acabar con mi vida. -Responde con un tono melancólico que me deja estupefacta- -No sé si sea muy metida, pero ¿cómo piensa hacerlo?

Él se aleja de mí y va cantando entre los dientes:

“Y una promesa ante Dios
que es imposible olvidar.
Y vos podés curarme, curarme tanta herida,
salvándome la vida, con sólo amarme más.”

Lo hace con tanto gusto que la curiosidad me invade. Digito las palabras que escuché en el navegador y me entero que es un tango de Alfredo de Angelis titulado Entre tu amor y mi amor.
No lo culpo, entiendo que no es un buen momento. Sin embargo, establezco una persecución con mis pupilas, siento la necesidad de sentir lo que él, quiero que se desnude ante mí, que me entregue una porción de todo aquello que lo está consumiendo, quiero que me note, que confíe y pueda sentir menos carga de la que ya siente, más optimismo, menos ganas de acabar con su vida.

Las personas pasan por su lado lanzando comentarios dañinos, no comprenden que el hombre está pasando por una crisis emocional. El objetivo de los demás no es sentarse a hablar en esa tarde fría de septiembre con un hombre viejo, es juzgarlo desde lo que hace, lo ven caminar en círculos como si fuera una especia de ritual, como si empleando los tres pies que tiene, Regina decidiera aparecer. La gente se ríe mientras yo más me convenzo que tiene la apariencia de Julio Cortázar, el escritor argentino.