Le ordené al camarero de turno una copa de vino. La que tenía sobre la mesa, la bebí mientras escuchaba a la chica que me motivaba a continuar en Tinder. Hoy, después de dos semanas, nos conocimos. Su cuerpo lo había visto por las fotos de su perfil; cabello corto hasta los hombros, el lado derecho de su cabeza rapado, perforaciones en sus labios. Su cuello me indica que ha tenido varias sesiones de tinta. Cubana, sensible ante la preparación errónea del mojito.
Al ingresar al restaurante, elige la mesa que menos iluminación tiene. Su abrigo descansa sobre el espaldar de la silla. Siento que puede ser un fracaso el comenzar con un “cuéntame de ti”, es una frase que me deja la mente en blanco. Hay quienes buscan resaltar sus cualidades, sus defectos o finalizar cada frase con la pregunta ¿Sabes lo que te digo? Que en realidad a nadie le importa lo que dice, es por eso que se asiente con la cabeza indicando que hay certeza del comentario vacío que se mencionó segundos atrás, pero ¿Sabes lo que te digo? no es propio del léxico cubano. Comienza hablando sobre lo que suele hacer los domingos, puede resultar sencillo expresar lo que incomoda para evitar cuestionamientos, pero cada que modula me doy cuenta que no necesita filtros. Es una mujer con una belleza natural admirable. Recuerdo que una de las fotos que tiene en la aplicación, es una selfie. Está en una de las avenidas más concurridas de la ciudad posando frente al espejo XL de algún “garito”. La tomó mientras abrazaba con ternura un ramo de flores y por pie de foto “Es esta mi manera de sobrellevar la depresión un domingo”. Algunos se quejan de los lunes y cómo no hacerlo, después del Blue monday, que solo ocurre una vez en los 365 días del año, pero hay quienes lo vivimos cada inicio de semana y al llegar el miércoles, nos preparamos para ir de copas, visitar bares, discotecas y el domingo, quejarnos durante las 24 horas del séptimo día de la semana en el que todo pesa, todo duele, los recuerdos llegan como olas que golpean con su espuma y nos cubren para dejarnos sin fuerza, lejos de nuestra zona de confort, sin salida y a la espera de una bocanada fresca de aire. No quiero ser descortés, su conversación me agrada aunque la disfrutaría más si mi copa estuviera llena. Me levanto y le pido al bartender un poco más de vino. Avanzo medio metro y detallo las bombillas que adornan los marcos de las ventanas. La atmósfera del lugar invita a perderse del caos de la metrópolis. La alfombra de la mesa del centro en el que un grupo de amigas celebra el cumpleaños de la que podría ser mi madre, me recuerda a los tiempos en los que trabajé como camarera. El vino tinto es difícil de limpiar si no se tienen los implementos necesarios, debe ser recurrente o quizá para los dueños no es problema el hecho de tener colores claros a la espera de manchas en forma de mapa debajo de la suela de los zapatos de sus comensales. Todos tienen algo en particular en este sitio y es que están tan felices con sus copas llenas y la mía, a la espera. De la impresora que tienen al lado de la pantalla en la barra, salen papeles indicando el orden de las preparaciones. Un minuto después, tengo mi copa llena. Me acerco a nuestra mesa y le susurro al oído
-¿Bailas?
Me responde con una sonrisa que ilumina mi noche. Bailamos un chachachá y mis dos pies izquierdos, respondieron al compás de sus movimientos. Termina la canción, desplazo su silla para que esté más cómoda y de nuevo su acento cubano invade el espacio. Detrás de ella, a dos mesas de distancia, una mujer me sonríe, usa su mano para desplazar su cabello detrás de su oreja y me mira fijamente ¿Ha sido un match en directo? Entre las fotos que he deslizado, su rostro no me es familiar. Caridad, la cubana, bebe lo poco que queda en su copa. Después de animarla a elegir otro trago porque no es domingo y la depresión está a cuatro días de diferencia, se gira para analizar con detalle la variedad de destilados ubicados en la estantería superior del bar, sus ojos se le iluminaron al encontrar entre todas las botellas de la barra, una de Tequila 8. Me toma del cuello de la camisa y me pide que la acompañe a tomar un poco de tequila. Su impulso me deja con ansias por descubrir en qué otros aspectos no es capaz de controlar sus movimientos o quizá ella logre establecer algún límite. Tal vez solo me está probando, es lo que pensé. Ordené una botella de tequila 8, la misma que le recordaba su primera noche en Madrid, noche en la que después de dos botellas, conoció a quien es ahora su compañera de piso; una chica del Salvador. Cada que la visita su novio, lo deja esperando en el portal del edificio en el que viven, con el pretexto de “mi casero no me permite visitas«, pero en la sala la espera el hombre polaco que conoció horas antes en su trabajo. No la juzgo. La infelicidad conduce a otros caminos en los que nos podemos posar como una mariposa que después de un aleteo continuo, descansa. Esa sensación desconocida en rutas nunca antes conquistadas puede generar confusión y distorsión en la realidad. He conocido personas que a sus errores les llaman “amor de la vida” y sienten estar unidos por un hilo rojo ¿Qué será lo que tienen las personas medio vacías, carentes de amor, de atención, que los llamados “salvadores” se convierten en sus flotadores en medio del océano acompañados de un cardumen de tiburones, para ser espectadores de momentos en los que aquellos medio vacíos, se acercan al peligro por amar la aventura?
Una botella y sus pómulos tenían un color intenso, tan intenso que me acerqué para besarlos. Su mano en mi rostro me conduce a sentir sus labios tan suaves, tan delicados. Su lengua bordea mi labio inferior y mi braga se humedece al compás de sus movimientos. El sabor del tequila en su boca con notas a limón y sal, sus suaves manos acariciando mi rostro y mis manos en su cintura. De algo tengo certeza y es que no es una simple cena, esto me llevará a invitarla a mi casa, aunque con su comportamiento, probablemente sea ella quien tome la iniciativa y me lleve a la suya. Me pregunto si hoy su compañera de piso esté en el sofá celebrando con el polaco que la tiene loca o esté viendo alguna película que la plataforma le recomendó o esta vez no sea un polaco sino su jefe, a quien contadas veces en la semana invita a tomar una cerveza para después en sano juicio exigir un aumento y en caso de tener un no por respuesta, explicarle a quién acudiría para contarle de su aventura; su esposa y sus tres hijos se sorprenderán de lo lejos que ha llegado su padre, no solo con el cargo en el supermercado. La diversidad cultural lo vuelve loco, este año le corresponde al Salvador. Caridad toma mis manos y las lleva a sus senos, los acaricio y aunque me excita, envidio su firmeza. Me susurra al oído
-Te vienes a mi casa conmigo. Esto no ha comenzado.
La beso y pido la cuenta. Antes de abandonar el lugar, voy al baño para refrescar mi rostro. La decoración vintage de las puertas me incita a querer arrancar una de ellas y dejarla en mi piso, siempre he tenido la costumbre de llevarme recuerdos de los lugares en los que he disfrutado la vida y esta es una buena ocasión. La puerta que está a mi lado derecho se abre, sale una mujer sonriendo y con las manos en su pecho acomodando su sostén
-He notado como me mirabas, por eso te sonreí ¿Estás a gusto con tu chica?
Da dos pasos. La punta de su nariz, está a pocos milímetros de la mía. Abre su boca y su lengua le da la bienvenida a mis labios. Paulatinamente baja la cremallera de su camisa. El color negro de su bralette de encaje, me incita a romperlo y lo que esconden. -Repasó sus dientes con su lengua, acarició sus senos y mordió su labio inferior.
-Yo te puedo ayudar si lo necesitas.
Mi respiración agitada me llevó a tomarla del cabello. Tire con fuerza la puerta y una vez dentro, con el seguro puesto, quité su bralette. Besé cada poro de su pecho, mi lengua hacía espirales en sus pezones y de su boca salían gemidos. Sus traviesas manos en mis glúteos me empujaron contra ella, sintió un objeto extraño en cuanto mi monte estuvo en contacto con el suyo. Días atrás, antes de verme con Caridad, hablamos sobre las fantasías sexuales que teníamos por cumplir. Una de ellas y en la que coincidimos es tener una cita, aprovechar el momento para llevar puesto un vibrador de doble cabeza y usarlo en cualquier momento. La propuesta inicial, era cumplir nuestra fantasía, que no es tan nuestra, más bien una fantasía individual, pero dada la situación hacerla realidad juntas. El problema de planificar tanto los planes, es que no siempre resulta como esperamos. Se sorprendió al tocarme y notar que había un objeto duro debajo de mis bragas. Metió su mano y sacó parte del juguete, la otra mitad estaba tocando mi útero. El espacio reducido me llevó al uso de la fuerza. Con mi brazo derecho cargaba su pierna izquierda y una vez en posición, me dispuse a insertar en su cavidad húmedas y caliente, el juguete que había comprado para usar con Caridad. Perdí la noción del tiempo.
La levanté y senté sobre la tapa del tanque del inodoro. Elevé sus piernas y las llevé a mis hombros para que descansaran. Sus ojos frente a los míos, su respingada nariz rozando la punta de la mía, sus suaves labios rozando los míos y el juguete entrando en su vagina. Lo empujé con fuerza. Clavó sus uñas en mi brazo. Sin encender el juguete entré y salí de ella sintiendo tanto placer, tan calor, tanta humedad, sintiendo que conquistaba un trozo de tierra que no me pertenecía, con herramientas ajenas a mi naturaleza, lejanas a mi realidad. Presioné el botón para encender el juguete y sus gemidos se convirtieron en la melodía más dulce e intensa de la noche en la que cumplí uno de mis deseos. El sudor acaricia mis mejillas hasta llegar a mi cuello. La beso, muerdo sus labios. Mis manos libres se ocupan de sus firmes y grandes tetas, las tomo con fuerza y con mis dedos, haciendo las veces de pinzas, estimulo sus pezones. Hala mi cabello, se retuerce entre mis brazos y de su sexo brota un chorro caliente que empapa mi abdomen. La intensidad de la vibración me lleva a tener uno de los mejores orgasmos en un baño con una desconocida que me enseñó sus dientes y ahora, una de sus cualidades. La pantalla del móvil se ilumina. Caridad me llama, imagino que debe estar preocupada. Me incorporo, limpio el juguete y con un trozo de papel seco mi abdomen. El olor no lo puedo opacar, pienso en una excusa absurda que no me deje en evidencia. Subo las escaleras con prisa.
-Tardé un poco más porque se rebosó e intenté limpiarlo, pero me he empapado con el chorro de agua que salió. Así. De repente. No esperaba algo así.
-Esto tiene solución. Una ducha en compañía ¿Aceptas?
Aquella mujer pasó detrás de Caridad. Me sonrió nuevamente y por respeto, le regresé la sonrisa.
-Tenemos algo pendiente. Pido el Uber y nos vamos.