Húmeda complicidad

Abro los ojos y es ella mi primer pensamiento. En la ducha, mientras el agua cae en mis senos, no dejo de recordar lo cerca que han estado mis manos de sus caderas. Mis dedos rozan mis pezones erectos al recordar la vez que estuve en la entrada de su ducha y me deleitaba con sus curvas opacadas por el vapor del agua caliente. Tuve la oportunidad de desnudarme, de besar su espalda, tocar sus piernas, pero no lo conseguí. Sabía que ella me ponía a prueba, y no tenía la suficiente confianza para aventurarme a explorar el cuerpo de la mujer con la que había soñado durante tantos meses.
Quedamos en pasar la tarde juntas. Me armo de valor y le miento una vez más a mi abuelo, no me hace bien, pero él no entiende el mar de emociones que me genera el estar en continuo descubrimiento de mi felicidad. No entiende el simple hecho, que no es tan simple, de ser mujer y querer comerme el mundo solo con acariciar una mano tan delicada como la de la mujer que no logro sacar de mi mente, a la que toco con mis yemas su barbilla para acercar sus labios a los míos. 

A unos cuantos pasos de su puerta, suspiro. Me detengo un momento para cuestionarme ¿Qué podría suceder hoy? No quiero hacerle honor a mi edad, así que me dispongo a tocar su puerta. Ahí está, con una sonrisa en el rostro que ilumina mi día. Me recibe con un beso. 

-¿Has tenido problemas en casa para salir? -Pregunta con tono de preocupación.-

-No, le dije a mi abuelo que iría al gimnasio.

Ella se ríe. No entiendo por qué lo hace. Seguro que el hecho de mentir no acarrea nada bueno, siempre la verdad sale a la luz, o quizá porque incluso es más desgastante todo este ejercicio mental en comparación con la visita al gimnasio. 

-He pensado mucho en ti. Desde que desperté lo hice. Fuiste mi primer pensamiento. 

-Quería dejar todo preparado para cuando llegaras y así pasar más tiempo contigo ¿Te quieres acostar un rato? -Asentí con la cabeza. Me toma de la mano, me guía por el pasillo hasta su habitación. Estoy tan nerviosa, pero me siento dispuesta a vivir este momento, no quiero perder la oportunidad.-

Un vestido ceñido, cubre su cuerpo. Su figura, a un costado de la cama, me impide alejar la vista sin importar que esté moviendo sus pies ¿Cómo es posible que mi cuerpo se encuentre petrificado? Recuerdo el motivo de mi mentira y me lanzo a besarla. Sus besos son tan cálidos que no quiero que se detenga. Humedece mis labios con el roce de su lengua. Quiero besarla cada vez más. Paso mi mano derecha por su cuello, desplazo su cabello detrás de su oreja y la observo durante pocos segundos. Toma mi mano y me hace recorrer su pecho, sus pequeñas tetas que me enloquecen.
Toco su cadera y me pego a su cuerpo. La primera mujer en mi vida y mi primera experiencia con ella. No tengo necesidad de preguntarme si es la correcta porque no es una duda, en realidad siento que es el momento correcto, la hora correcta, con el tiempo correcto y los labios más delicados que nunca antes he probado. Levanto su vestido y se lo quito. Abro sus piernas, me posiciono sobre ella y beso su cuello, escucho un gemido y mis bragas se humedecen. Voy bajando con mi lengua hacia sus tetas, las tomo con fuerza y chupo sus pezones. Paseo con mi lengua en sus tetas, las paso por mi rostro con reverencia. Recorro sus costillas, su abdomen. Me detengo, su ombligo está a la altura de mis labios. Dejo dos besos y disfruto cómo se retuerce mientras con mi boca voy recorriendo a la culpable de que mis bragas se mojen. Mi respiración se acelera. Muerdo el hilo que cubre su vagina, lo quito con mis dientes y lo escupo en el aire. Mis dedos acarician su pelvis y mi boca, su monte. Beso su monte, su entrepierna. Su olor me excita, me conduce a saciar las ganas de devorarla, esas mismas ganas que sentía cuando era pequeña y me daban una sandía gigante, me la comía a bocados mientras su jugo me llenaba el cuello, la ropa, las manos, la boca.
Saludo sus labios con mi lengua. No dejo de escuchar sus gemidos, me tiene tan mojada que solo quiero sentarme en su boca para que sienta el calor que me invade después de lamer sus labios inferiores. Introduzco su clítoris en mi boca, paso mis manos por sus nalgas y tomo con fuerza su pelvis. Ella se mueve en círculos y yo, le sigo el ritmo. Lamo su vagina como a quien se le descongela una bola de helado en un cono de galleta y evita que gotee. Chupo sus labios, paso su vagina por mi cara como parte de la ceremonia que celebramos. Hunde mi rostro en su vagina y yo, continúo deleitándome. Mis dedos, suben por su abdomen en busca de su boca, después de conseguirla, meto dos de mis dedos que succiona con tanto placer que mi clítoris también reacciona y ahora está más hinchado que de costumbre. Una vez húmedos mis dedos, los inserto en su vagina. Sus pezones continúan erectos, toca sus tetas y me sorprende el tono de sus gemidos. Voy en busca de su boca para besarla, me sonríe y le susurro

-Estás muy mojada. -Muerde sus labios-

-Quiero venirme en tu boca, quiero que te la tragues toda.

Tomo con fuerza su cintura, me doy la vuelta y la tengo encima de mis piernas. Su vagina está tan húmeda que sus fluidos se unen con los míos. Mi clítoris pregunta por el suyo y ella, al ver su tamaño, roza su clítoris con el mío.

-¿Te gusta? -Me gime con tono excitado.-

-Me encanta ¿Sientes lo mojada que me tienes?

Le doy dos nalgadas. Me tiene muy excitada, solo quiero seguir sintiendo el roce de su vagina con la mía.

-¿Puedo chorrear tu vagina? Me pregunta mientras se toca las tetas y se mueve de un lado a otro.

Me incorporo y tomo sus caderas con fuerza. Chupo sus pezones y deja caer su rostro en mi hombro derecho, le susurro al oído
-Te voy a mojar toda la “cuquita” ¿Quieres que te la llene? Pídeme que
te la llene.

Sus gemidos, mi debilidad. Cada que gime siento que voy a explotar de placer. 

Me rodea con sus brazos y deja al descubierto su cuello, lo acaricio con mi lengua y abrazo su cintura, la pego más contra mi clítoris y ella no para de gemir.

-¿Te gusta sentirlo? -Ella, no deja de moverse. Pasa sus manos por su cabello y continúa gimiendo de placer.-

-¡Me vas a hacer venir! -Me dice, mientras se me escapa un gemido y no controlo tener la boca abierta.-

Gime cada vez con más intensidad, no dejo de sentir lo caliente que me tiene, que ella está. Sus piernas le tiemblan. Paso mis manos por sus piernas y las tomo con fuerza. Se estremece. Encoge sus hombros y sus tetas, sus pequeñas tetas, están dispuestas a ser chupadas una vez más por mi boca.

-Lo tienes muy grande, métemelo así.

Mis dientes muerden con ternura sus pezones y mi lengua los rodea.

Se acerca a mi oído y gime, le doy una vez más una nalgada. Se le corta la respiración.

-Ay mi amor, te estoy mojando toda. 

Una gota de sudor baja por mi rostro. Me abraza, sus tetas rozan mis pezones. Con mis piernas levanto las suyas y acaricio con suavidad su ano. Responde con un gemido, por lo que decido insertar en su vagina tres dedos.

-Muévelos con fuerza. -Me ordena, mientras acerca su seno izquierdo a mi boca.-

Pero lo que menos quiero es lastimarla, voy subiendo la intensidad de a poco. Su vagina está empapada, perfecta para tener sus jugos en mi boca. La controlo con mi mano, sus piernas siguen temblando. Muerdo sus tetas y sus ojos se humedecen. Suelta un gemido épico, saca su soprano. Pierdo la noción del tiempo. De su vagina emana un chorro que termina bañando las sábanas, mis piernas, mi monte.
Cae en mis brazos con una sonrisa de satisfacción, un suspiro, dos suspiros. Beso su frente y acaricio su espalda. Sigue temblando de placer. 

Un comercial en la televisión me hizo reaccionar. Ya llevo más de tres horas fuera de casa, en el gimnasio, según la versión que di antes de salir. Solo pienso en seguir disfrutando su compañía, pero no tengo la libertad de aquella mujer, con quien soñé durante tantos meses. Consiento su mejilla y me dispongo a enfrentar mi realidad. Debo regresar a casa antes de que mi abuelo sospeche.

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