Tarde de mayo

He perdido la cuenta de las horas que llevo leyendo para ti, para mí, para los dos. No sé si tienes presente la parte en la que el protagonista siente que ha encontrado a la única mujer que lo ha podido comprender ¿Lo recuerdas? Prefiero no interrumpir la lectura y continuar aunque para ser honesto, me he perdido. Siento el peso de mis brazos; el derecho sobre el respaldo de la silla en la que estoy sentado y el izquierdo sobre la mesa que comparto contigo. Mis manos, lejos de las tuyas, custodian las hojas que te leo.
En la mesa, un jarrón con flores, un plato con tres manzanas; dos de ellas sin cortar y de la tercera solo queda la mitad, un libro expuesto, y tus brazos sobre un decálogo de poemas que tu abuelo te regaló de pequeña para que nunca pierdas de vista tu posición en el mundo. Ocupas menos de la mitad de la silla en la que finges estar sentada ¿Qué sucede? ¿Al igual que yo extrañas tomar mis manos?
Llevas puesto el vestido que te compré, desde que lo observé supe que estaba hecho a tu medida, al igual que tus labios cuando nos encontramos en el centro de la ciudad y van en busca de los míos, que aunque no se comparan con la delicadeza de los tuyos, están hechos a la medida perfecta para comenzar un incendio sin importar el lugar en el que nos encontramos.
Siento el olor a tranquilidad cuando estoy a tu lado, quizá no soy ajeno al protagonista. Mi gusto por los detalles es insaciable y el descubrir que hay un semejante que también comprende el mismo lenguaje, me siento en un laberinto sin salida, pero con la certeza de una luz al final del mismo ¿Recuerdas la parte en la que el pintor con su obra “Maternidad” nota que una muchacha mira fijamente la particularidad que tiene su cuadro? Y es que soy el cuadro, soy todos esos colores que puedes imaginar, pero no todos son cálidos, también tengo mis demonios y en días nublados intentan opacar mi brillo, pero no siempre lo consiguen, en tu caso no debería importar; con tu brillo el universo no tiene de qué preocuparse, las farolas que iluminan las calles bajan su intensidad cuando te ven modelar, los pájaros potencian su canto y mi vida cobra sentido.
Eres tú. Vibras con una intensidad única. Para que comprendas un poco el cómo me siento estando contigo en una terraza de cualquier café de la ciudad, rodeados de buganvilias en una tarde de mayo, soy esa mujer solitaria coloreada por un inmortal, aquella que se deleita con la danza de las olas en una playa desierta y no cualquiera puede verme, solo aquel que se fija a través de una pequeña ventana creada por el pintor.
No me tomes por loco si te digo que todo lo que no está escrito, me lo inventaré para sorprenderte y como premio tener tu sonrisa. Ahora no sé si continuar con la lectura o si solo cerrar el libro, si ir en busca de tus labios para plantarme en ellos y comenzar un nuevo capítulo con una historia distinta, una tuya y mía, en la que entras por la ventana, me abrazas y mis temores se transforman.

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